sábado, 23 de febrero de 2008

Perdido en mi transición

"Hacía semanas que me miraba al espejo y no veía nada. Sentía un gran vacío imposible de remediar, como una gran enfermedad... una enfermedad terminal, inevitable. Pasaba los días esperando la milagrosa vacuna, o ese órgano donado inesperadamente por otro infeliz agonizante, ya fallecido."

"Siempre maldije a las personas que pasaban por el mundo de puntillas, hoy ni siquiera rozo el suelo con la punta de los dedos. Me siento atrapado entre las agujas del reloj, aquel que nos empeñamos en dañar hasta que finalmente dejó de sonar. Y, por si fuera poco, los días parecen copiados unos de otros. Ayer sol, hoy lluvia... lo dicho, todos son iguales."

Mi enfermedad, la que antes comenté, me impide realizar movimientos bruscos. Éstos han de ser lentos y reflexivos, pausados y re-pensados. Existe un medicamento que disminuye estos síntomas, si bien son más acusados al inicio de la enfermedad y no al final, como me está ocurriendo a mi. El cardiólogo me advirtió de la extrañeza de haber desarrollado los síntomas tardíamente, y me explicó que los medicamentos no tendrían efecto. ¡Perfecto! -pensé- Viviré el resto de mis días atado por mis propias manos, condenado a vivir despacio y sin poder escapar... Sólo podía esperar un milagro, en forma de ventrículo donado. Y podrían pasar años hasta que eso sucediese, así que el futuro (y el presente) no auguraba nada bueno.

Fue hace casi cuatro meses, cuando me encontraba pasando el reconocimiento médico anual de la empresa para la que trabajaba. Después de los análisis de sangre, orina (en ayunas, me moría de hambre) era el turno de las radiografías. Quítese la camisa, colgantes, anillos y reloj -dijo el amable médico- Ahora quieto, por favor. Pero oiga, ¡a usted le falta medio corazón! -espetó-. No me sorprendió, había notado molestias desde hacía meses, pero tenía miedo a saber el origen de ese resquebrajar interno que sentía todas y cada una de las noches. Quizá lo sabía y me hacía el despistado, no lo sé...
El caso es que ahora la enfermedad se había declarado oficial y era el momento de asesorarme acerca de la evolución natural de la misma, así como de los posibles medicamentos que pudiesen paliar los síntomas derivados. Fueron días muy difíciles, sobre todo por la poca comprensión del entorno que me rodeaba. Comentarios del tipo "no te preocupes, cuestión de tiempo" o "dentro de poco te reirás de todo esto" no hacían sino enfurecerme más aún. Estos consejos me hacían pensar que estos sujetos que se permitían el lujo de aconsejar no habían pasado por una enfermedad parecida o, en caso de haberla sufrido, sus síntomas no se parecían ni de lejos a los que yo padecía amargamente. En definitiva, palabras vacías que caían en el saco de la indiferencia.
... continuará

domingo, 20 de enero de 2008

Diálogo de espejo

- ¿Qué te ocurre? Te noto ausente...
- Nada, estoy esperando. La espera me mata, para ciertas cosas no tengo paciencia.
- Procura no estar tan nervioso, la ansiedad te puede llevar al fracaso antes de tiempo.
- ¿Y qué? La desesperanza e incertidumbre también son dañinos, necesito una señal... por pequeña que sea...
- Hazme caso, no puedes seguir así. Esa actitud no te lleva a ningún sitio.
- ¿Tú que sabrás? Te limitas a esperar sentado a que la oportunidad llame a tu puerta. No sabes nada de la vida.
- ¿Y tú sí? Lamentándote de ti mismo y precipitando las cosas, sólo conseguirás terminar la carrera antes de pisar la línea de salida.
- Es preferible arriesgar en la salida que ni siquiera participar.
- Piensa lo que quieras, pero mañana estarás igual que ahora. Y la semana que viene también. Provocar señales anticipadas no es sinónimo de éxito, todo lo contrario.
- ¡Necesito una jodida señal! ¡Un atisbo de esperanza! ¡Algo que me haga levantar cada mañana con un mínimo de motivación!
- Estás descontrolado. Deberías dejar de preocuparte de lo que no tienes, y dejar que llegue por sí solo. Precipitando las cosas no te hará ser más feliz.
- ¡Claro que estoy descontrolado, joder! ¡Ya estoy harto de confiar y permanecer quieto esperando algo que no va a llegar si yo no pongo de mi parte!
- No seguiré hablando si no bajas el tono de tu voz, hazte un favor y tranquilízate.
- ¡He pasado toda mi vida tranquilizándome! ya no quiero más tranquilidad, ni más espera, ni más lamento... Quiero completarme, y quiero que sea YA!
- Vives de ilusiones, eres un utópico. Baja de tu nube, la vida no es como esas películas que te empeñas en ver cada noche.
- Sí que lo son, para quien se empeña en vivir sin miedo.
- Siempre has sido un cobarde y seguirás siéndolo. Eso no es algo que se cure con aspirina, y lo sabes.
- Eso es algo que se cura con dosis de confianza, autoestima y amor propio. Deja de darme lecciones, sólo conoces la teoría. Jamás te atreviste a nada.
- Lo siento pero no voy a continuar esta conversación, tengo cosas más importantes que hacer.
- Claro que sí, siéntate en tu rincón de siempre a ver pasar el tiempo y desear todo aquello que no tienes. Yo me dedicaré a cumplir mis sueños.

...Amén...

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Un violín y una tormenta

Llega la época del frío y la lluvia, de nieblas y escarcha, de sombras y anocheceres prematuros. Observo tras el cristal y veo que nada ha cambiado, sigo sin reconocerme frente al espejo. Y lo peor es que llueve sobre mojado.
La historia parece repetirse, como si se tratara de una burla al pasado. O a ese futuro que no acaba de llegar, de resistir intacto el paso de los días. Y qué es el tiempo sino oportunidades de errar y encontrar, descubrir y adivinar... De hallar esos pequeños tesoros que se encuentran ocultos ante nuestros ojos. Lástima que la mayoría de las veces no sepamos verlos, aún teniéndolos tan cerca... Y que sólo entendamos su valor cuando yacen bajo el mar y es inútil su rescate.

Las notas musicales dejaron de sonar hace tiempo, en mis paredes ya sólo reina el silencio. Ese que un día juré desterrar, vuelve a inundarme y contaminar todo cuanto me rodea, que cada vez va siendo menos. Mis oscuras lágrimas se abren paso en un rostro que se mantuvo seco por un tiempo inundando lo que ayer eran tierras marchitas, hoy convertidas en un abismo de silencio del que es imposible escapar, ya que soy incapaz de encontrar la salida. Como única compañera una nota musical, la que escucho en mi interior. El latir ha dejado paso al crujido que se extiende como si me agrietara por dentro, fracturado de dolor y sin posibilidad de dar cuerda a mi caja musical.

Eso es todo lo que escucho ahora, la melodía rota de un violín desafinado, y el tronar de una tormenta que acaba de llegar y que no parece que se vaya a alejar en mucho tiempo.

martes, 5 de julio de 2005

Tejados sin cimientos

Otra vez. Sí, lo sé. Ya me lo advertiste, pero... ¿qué esperabas? He vuelto a caer, como tantas otra veces. Aunque te aseguro que esta fue diferente. Prometí mantener la distancia, volver a la frialdad y la indiferencia. Pero bajé la guardia cuando más confiado me sentí. Y vuelvo de nuevo al punto de partida. Al mismo sitio que me vió partir hace meses, años incluso. No he avanzado nada. ¡Lo siento, no he sido capaz de aprender! Inmerso en una espiral de sinrazón, un bucle en el tiempo que me coloca una y otra vez en la casilla de salida.

Y volver a confiar, volver a creer que todas las palabras que escucho son sinceras, que tus susurros son ciertos, que todo es real y todo va a salir bien.
Y volver a comprender que no, que me rodeo de mentiras, de gestos y sonrisas irreales, de desilusiones y de actos que defraudan.
Y que la impotencia que hoy siento, no será más que un vago recuerdo del mañana. Y que el vacío que hoy me llena, no será más que el mismo vacío de los días que han de llegar.

Miro cabizbajo letras de un pasado no tan lejano, y no siento nada. Ya no me hablan. Ya no me inspiran. Todo aquello que un día juré conseguir va muriendo. Se va apagando como la luz de una vela carente de cera. Así me veo, empeñado en colocar tejados sin cimientos.